Cuentos de Ciudad I

Tenía la copa en la mano mientras miraba las olas reventar en la costa. Era de noche y la luna ajena y observadora estaba en el cielo acompañando a las estrellas. En el silencio de la noche irrumpen las melancólicas notas de nuestra canción… bueno, ahora es mi canción. Pensé inmediatamente en apagar la radio; no, sinceramente pensé en tirarla por la ventana, pero no era su música, esta llegaba a través de la calle que se tragaba la noche, anónima y melancólica.

Creí gritarle que se callara, que le partiría el alma, pero la realidad es que me quede mudo escuchándola, y por primera vez en vez de entristecerme, me sonreí por el hecho de recordarte y rememorar tu cuerpo, tu cara y ojos. Fue con cada nota que me acorde de tu olor y de la tersura de tu piel y tarareándola escuche tu voz cantándola en mi oído.

Fue cuando la estaba cantando que me di cuenta que te la quería cantar, como por primera vez, como primer sentimiento.

En ese momento la lejana música desapareció quedando en el aire solo el sonido de mi voz. Apresure la copa y le di las buenas noches a la vida, me tire sobre mi cama, para terminar rendido ante tu recuerdo y sintiendo tu olor quede profundamente dormido en el bello recuerdo de tus ojos tormentosos.